Al recibir la estatuilla de un Indio con los pies desnudos como los míos, la dediqué a los campesinos, “el alma de la tierra” y a un hombre sin hogar que encontré en el camellón de la Bahía más Bella de América, poseía olor a tristezas acumuladas, tragedias untadas en la textura de su dermis.
Tenía la piel salada del vaho del mar y el palpitar de la tierra pegado en la membrana curtida de su tez, me pidió una moneda y respondí desde adentro estoy mondao, regálame una foto, sonrió, dudó, insistí quiero tomarme una foto contigo y se acercó con una timidez distribuida en su rostro derrotado por las nostalgias.
Yo con un vestido diseñado en Boutique Distinción sentí cuando el hombre de tristezas acumuladas en la superficie de su cuerpo, se acercó a mí con una timidez de otro mundo, le dije con voz autoritaria abrázame, él, tenía tierra amontonada a lo largo de su piel, había olvido sembrado en su mirada herida de ausencias.
Poseía nostalgia acantonada en sus labios limitados de sonrisas, se le sentía palpitar el corazón cansado de tantos desprecios inmerecidos, llevaba un piélago de sonrisas marchitas diluidas en su existencia quincuagenaria manchada de trasnochos y alegrías derrotadas por las tinieblas de la vida.
Sus pies descalzos y los míos han leído de la tierra el mismo fracaso, los mismos cantos de nostalgias, el mismo dolor asesinante, la misma miseria afótica que cabalga por la sangre mustia de sendas existencias, su cuerpo guarda las miserias proferidas desde los cantones de los que gobiernan.
Su cuerpo usado por el olvido, tenía olor a tierra cansada, todas las tristezas se juntaron en torno a la superficie intangible de sus sueños, detrás de su dermis ajada vibra un conjunto de esperanzas decapitadas por la acción incisiva de quienes apropiaron los bienes naturales de la Matria.
Tenía inocencia de infancia en el parpadeo de sus ojos deshidratados y olor de campesino natural de la vereda Las Flores, más allá de su mirada se veía el dolor de los niños caídos en la reyerta de Israel y la Franja de Gaza, tierras de Dios y de Diantre, donde se deshizo el altruismo en un espabilar del tiempo.