Alfonso Noguera Aarón fue exaltado con la Cruz de Bastidas

LA MEDALLA Y GALARDÓN de la Gran Cruz de Bastidas, la he recibido con mucha modestia, pero también con mucha esperanza para mi tierra, por parte de las autoridades civiles de mi adorada ciudad de Santa Marta.

Pues bien, por esos raros designios de  la vida, desde muy joven me interesé por las ciencias, la literatura, la historia y la filosofía, quizás como legado que recibí de mi entrañable tío dr Rodrigo Noguera Barreneche, por quien he tenido una admiración que raya en la devoción, y por la intelectualidad y lírica que también empecé a respirar en mi entorno familiar y social.

Me emociona ahora recordar aquellas gratas reuniones en el arbolado y espacioso patio de mi casa del barrio 13 de junio, dónde mi padre Enrique Noguera Barreneche, bohemio, poeta, gallero y mujeriego, invitaba a personajes de la ciudad que tocaban instrumentos musicales, declamaban poemas y decían hermosas palabras que después fueron floreciendo en mi alma de soñador y las he plasmado en mil escritos peregrinos. Cómo olvidar esa lira refinada de Moche Aycardi y de Enrique de Andreis y el Camarada Del Villar (padre), del médico humanista dr Julio Méndez Barreneche, Mariano Barreneche, Perucho Dávila Barreneche, Juan Manuel y Carlos Dávila Barreneche, Beatriz Angarita, Anita Sánchez de Dávila, mi misma madre María Aarón y muchos más, primos y amigos de mi padre y mi madre, que fueron el abono senso-racional y artístico de los pedazos de obras que gracias a Dios he podido expresar con letras y con todo mi ser.

Luego vino la construcción académica que fui adquiriendo con muchos esfuerzos, puesto que admito con los estoicos griegos y latinos que las batallas más fuertes del hombre son contra nuestras propias mediocridades y defectos, y mientras estudiaba la primaria en la Escuela Santander, el bachillerato en el Liceo del Caribe donde el venerable profesor Rafael Guerra, y luego la medicina en mi adorable Universidad de Cartagena y después en el mundo, ahí sobre la marcha fui también escribiendo en mis soledades lunáticas y mis febriles insomnios románticos y lujuriosos los misterios y las maravillosas cosas que aún sigo viendo en una simple gota de agua, en las minúsculas florituras de la vida y en las insondables inmensidades de los arcanos del cosmos y en los seres queridos que pueblan nuestra conciencia.

Decía el escritor francés Alejandro Dumas que «quien no escribe algo ya está muerto». Y yo agrego que la vida es tan extraña, que no advertimos sus maravillas precisamente porque  son demasiadas, que no caben en el ínfimo instante del presente, y entonces la rutina las barre como hojas muertas, y ello hace de cada día el reto y el riesgo de avanzar y de crecer en medio de tantas piedras y espinas y serpientes del camino impredecible de vivir.

Una de las mayores y más difíciles dificultades es esa de aprender a ser uno mismo. «Somos hijos de nosotros mismos», dijo Plotino. Nadie te lo va a enseñar, ni hay recetas ni manuales que te orienten a conducir tu vida como sientes que debes vivir en medio de ese raro equilibrio de ser tú mismo y sinembargo ser igual a los demás, y en ello casi todos naufragamos. Eso se aprende riendo y llorando, y ganando y perdiendo, como lo repetía Borges: «Ando tanto tiempo en el suelo que solo miro para las estrellas». Y ahí, cuando descubrimos que no somos nada ni nadie es cuando nos atrevemos a contarle al prójimo lo que hemos aprendido y le hemos arrancado al placer y al dolor de vivir y de morir en cada día, sin esperar nada de nadie, y así le aprendí de mi maestro español, médico y poeta dr Pío Baroja, cuando dijo que: «Nunca adulé a nadie, y ni siquiera al pueblo, a quien pude quitarle lo que ni él ni yo teníamos».

Por mi lado, nunca me han interesado los aplausos ni las distinciones, pues, desde hace mucho tiempo ya tengo el mayor de los premios, que es ser un simple transeúnte de las calles de mi tierra Santa Marta, y en uno de mis versos le dije que: «Ay, Santa Marta, por tí he sufrido amargos mil desvelos, y a Dios que te prodiga, encomiendo en mi oración».  Por ello a veces no siento más sensación de patria que ella, Santa Marta, luz de mi razón, y de hecho no me siento colombiano ni costeño y ni siquiera caribeño, sino Samario. Con ese corto y bello gentilicio me marcharé un día de este mundo para seguir siéndolo desde y hasta siempre. Y así cierro mi más bello poema: «Si, Soy Samario hasta la cacha». Muchas gracias.

Alfonso Noguera Aarón.

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