Olga Pérez de Arrieta, decana del arte conceptual en el Magdalena
Por Basilio Cardú
Desde el 18 de octubre y hasta principios de enero se lleva a cabo en el Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo de Santa Marta la exposición Cuerpo y espacio, una colectiva que reúne a una treintena de artistas conceptuales del departamento del Magdalena. Entre ellos destaca, a sus más de noventa años, Olga Pérez de Arrieta, con tres piezas que podríamos considerar como una pequeña retrospectiva de su trabajo. Esta artista autodidacta, pionera del género entre nosotros, fundó en Santa Ana (Magdalena) en 1951 junto con su suegra y su cuñada, una suerte de galería-museo-anticuario en la que expuso permanentemente su obra y la de todo aquel debutante que se acercaba con la intención de mostrarle su trabajo. A excepción de una única exposición auspiciada por Ecopetrol en Cartagena, Pérez de Arrieta nunca exhibió su trabajo en galerías ni museos hasta hoy, sin embargo, su nombre es un secreto a voces entre los que como ella, transitan por el difícil camino del arte en la provincia.
Llevar su obra hasta Santa Marta no fue fácil. Se debe al esfuerzo de la fundación Amigos de la Historia, quien custodia la obra, y desde luego, gracias a la convocatoria que hicieran el Museo Bolivariano y la Universidad del Magdalena. Para tal fin hubo que someter los ensamblajes de la autora a una restauración exhaustiva, en la que intervinieron otros artistas como Juan Carlos Moreno y la diseñadora Fulvia Jiménez del Río.
En medio de las hermosas obras de jóvenes colegas que exponen con ella en el Museo Bolivariano, sobresalen sus trabajos Tienda Olguita (1975), compuestas por frascos, relojes, llaves, monedas, y otros; Lluvia de plata (2006), hecha con una farola de alumbrado público y monedas antiguas; y Tigres de la montaña (1980), un ensamblaje compuesto por una carabina y una lámina de barril de petróleo, intervenida con brea y pintura industrial.
En la Tienda Olguita el espectador puede ir a buscar sueños y anhelos que lindan con lo absurdo: el tiempo, el dinero, unas llaves que permiten la entrada a recónditos lugares oníricos… Recreando un entorno de vieja data, la obra combina estos elementos y los frascos exhibidores desaparecidos ya de las tiendas, en los que se ofrecía generalmente dulces y otros productos comestibles, ante los cuales chicos y grandes se rendían. Hoy, frente a otros contenidos, el sujeto vuelve su mirada a los frascos de vidrio para activar sus sentidos como antaño, para satisfacer sus deseos descifrando el mensaje surrealista.
Con Lluvia de plata el concepto es otro. Allí, un destello blanco se confunde con chorros de monedas que penden en un gesto sugestivo y ornamental. Luz y metal se funden frente al espectador que con el tacto quisiera sentir los haces irreales pero poderosos, como aquellos que fecundaron a Dánae, la argiva. Ahora no solo hay espacio para la contemplación y la belleza, sino que de la interacción con la luz nace la placidez ante una obra seductora y funcional.

En Tigres de la montaña, como en casi toda la producción de Olga Pérez de Arrieta, el elemento azaroso juega un papel importante. La lámina cuyo proceso artístico iniciaron el tiempo y la intemperie, es reinterpretada por la artista que encuentra en ella la pauta para distinguir la piel de los tigres extintos de su región (acaso el tigre mariposa, el tigre de la melena y el de la pinta menudita), en tres franjas que también le ha impuesto la materia prima. La utilización del barril de petróleo sugiere hasta qué punto las compañías petroleras implantadas en la región contribuyeron con esta desaparición, mientras la carabina que remata la obra crea la idea de la caza y da al conjunto una apariencia de trofeo exhibido en la pared.

Y como Olga Pérez de Arrieta viene del mundo de antes puede decirnos con este trabajo “Yo vide el tigre”, a nosotros que solo pudimos saber de él a través de las láminas del Álbum de chocolatinas jet o de los cantos de Totó la Momposina. El rey de las selvas americanas parece haber perdido aquí la batalla, al tiempo que se impone en el imaginario de la artista, que ahora nos lo cuenta con sobriedad, en esta que consideramos su obra representativa.
Pérez de Arrieta ha hecho también talla en madera, pintura geométrica, fundición e instalaciones como estas, que felizmente conserva y expone permanentemente el museo Etnográfico de Santa Ana, en una sala especial que lleva su nombre. Allí se exhibe también La cuchara está mala, El sol de los venados, Cruz de plomo y Herrar es humano, títulos que cuestionan y hechizan por sí solos. Y es que no era para menos, pues esta mujer nacida en Plato (Magdalena) fue de las pioneras del arte conceptual cuando en el país aún no se lo llamaba así, y en un momento en que las mujeres estaban dedicadas a tejer, bordar, o a lo sumo, a pintar bodegones los domingos, labores que Olga también aprendió pero que no fueron suficiente para llenar sus ocios ni satisfacer sus ambiciones estéticas más profundas.
La suya es si se quiere, una obra viva, en constante mutación -y mutilación-, pero también de revitalización e interacción con el público, como es el caso de ahora, en que hubo de recolectar entre sus amigos antiguas monedas y llaves para restaurarla, y cuando la Tienda Olguita, por ejemplo, regala su almanaque publicitario de bolsillo del próximo año. Todo esto constituye un valor agregado de la obra de Olga Pérez de Arrieta, pues no se produjo de la noche a la mañana ni tampoco en solitario. Necesitó de décadas y del consenso de mucha gente, de voluntarios que contribuyeron regalando una pieza (un plomo de atarraya, un cuerno de venado, un reloj viejo, una llave…) o prestando su fuerza para la ejecución de los trabajos.

Por último, a pesar de que la obra conceptual de Olga Pérez de Arrieta no es enfáticamente beligerante, ha sufrido una serie de incidentes y vejámenes a lo largo de estos últimos 60 años. Porque además de acarrearle una fama de demente a la artista, las piezas han sido robadas, cercenadas, desechadas, vituperadas, pero también apreciadas por grandes nombres del arte costeño, como Edgar Francisco Jiménez o Germán Grisales, o exaltadas por el poeta maldito José Sarabia Canto, quien llamó a la artista “hada de monte”. El último de estos traspiés se dio justamente para esta exposición, cuando la carabina que acompañaba el ensamblaje Tigres de la montaña fue decomisada por la policía durante el traslado de la obra a Santa Marta, por no tener papeles. Por eso hubo que improvisar una lanza “hechiza” que la remplazara, que viene bien con todo el conjunto que no es otra cosa que una ventana a lo absurdo y al auto encantamiento al que conduce la obra robusta de Olga Pérez de Arrieta.